Pienso que la profesión y el ejercicio de la abogacía tiene mucho de vocación. Es decir, los verdaderos abogados, entre los que me incluyo, lo llevamos en la sangre. Ojo que “verdadero” no tiene que ser sinónimo de “caro” o de “prestigioso”. Sin embargo, yo considero que los verdaderos abogados somos aquellos que realmente adoramos la profesión, que nos la planteamos como modus vivendi entendido como la base o regla de conducta y no sólo como un medio de ganarnos la vida. No se trata sólo de un trabajo, es una manera de ser, de enfocar la vida, de enfrentarse a las situaciones; es una manera de expresarnos, y de defendernos en situaciones cotidianas, sean personales, familiares o profesionales.
Pero dicho esto, también es necesario y lógico entender que los abogados, a pesar de todo, no somos Hermanas de la Caridad, no nos alimentamos del aire y enormes son los gastos que supone llevar adelante un despacho profesional. Desde que entras por la mañana y enciendes la luz, ya estás incurriendo en gastos. El simple hecho de poder informar y asesorar a un cliente que viene a verte con un problema, eso también supone un gasto. Evidentemente, no sólo tienes que contar con el tiempo de trabajo dedicado a atenderle, una hora, dos, en simples visitas. También hemos tenido que comprar libros, estudiar diariamente, suscribirme a revistas jurídicas, bases de datos, asistir a congresos y cursos de formación, etc, etc para estar al día y poder ofrecer una información veraz y eficaz para las necesidades del cliente. No digamos los gastos que supone estar de lata en el correspondiente Colegio profesional como ejerciente, pagar las cuotas mensuales de Seguridad Social o Mutualidad, pagar los impuestos, comprar material de oficina, teléfonos, ordenadores, una secretaria, y un sinfín de etc. Y todo porque no puedo ofrecer un asesoramiento mediocre.
Si soy abogada, lo soy con todas las de la Ley, o todo o nada. Aquí no hay términos medios. Si ofrezco un servicio profesional lo ofrezco de calidad. Cuando me contratan pueden tener la garantía de que voy a dar lo mejor de mí y que el trabajo va a ser exquisito. Yo no me conformo con menos, y el que paga no debe conformarse con menos.
Pero eso tiene un precio. Y eso es lo que desgraciadamente muchos clientes no entienden.
El Baremo de Honorarios que publica el Ilustre Colegio de abogados tiene carácter de orientador y sólo es de aplicación obligada en los casos de condena en costas judiciales.
Evidentemente, hay casos complicados, que requieren una gran dedicación y estudio, gestiones fuera del despacho, reuniones, y muchas horas de esfuerzo y concentración. Otros son más simples o sencillos. Igualmente hay clientes con buenas posibilidades económicas y otros como los abuelitos con su pensión y que viven al día.
Evidentemente no puedo aplicar un estricto baremo particular de honorarios cuando los casos o las situaciones y las personas no son iguales. No soy partidaria de tener un baremo de honorarios propio del despacho que deba aplicarse en todos los casos. Nuestro trabajo es flexible y como tal nuestros honorarios también lo deben ser.
Siempre sobre la premisa de cobrar unos honorarios dignos y acordes con el trabajo, lo que nunca haré es tratar igual situaciones que no son iguales.
En relación a esto, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, en Sentencia de 29 de marzo de 2011, Asunto C-565-2008 señala que los honorarios deben caracterizarse por ser flexibles, para permitir alcanzar una correcta remuneración del servicio profesional del abogado.
Lo que sí es absolutamente aconsejable, y siempre hago es firmar la correspondiente hoja de encargo profesional, sin la necesidad ni obligación de someterme estrictamente a un baremo que la mayoría de las veces puede resultar frío e impersonal y que no se acerca a la realidad de lo verdaderamente trabajado en el asunto en cuestión, pues ello provocaría cobro de cantidades injustas, tanto por exceso como por defecto.
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